EtiologíaEje intestino-cerebro
Etiología

Eje intestino-cerebro

Concepto y comunicación bidireccional del eje intestino-cerebro

El eje intestino-cerebro se refiere al sistema de comunicación bidireccional entre el tracto gastrointestinal (incluyendo su comunidad de microorganismos, o microbiota intestinal) y el sistema nervioso central (Marazziti et al., 2021). A pesar de la aparente separación anatómica, existe una integración constante de señales entre el intestino y el cerebro mediante vías neuronales, endocrinas, inmunológicas y metabólicas. La microbiota intestinal —el conjunto de trillones de microorganismos que colonizan nuestro intestino— juega un papel clave en este eje, influyendo sobre funciones cerebrales y, recíprocamente, siendo modulada por factores neurofisiológicos (estrés, señales neurales) provenientes del cerebro (Marazziti et al., 2021). Esta comunicación bidireccional permite que los cambios en la composición o actividad microbiana intestinal puedan afectar procesos neurológicos y conductuales, mientras que estados psicológicos (como el estrés y la ansiedad) pueden a su vez alterar la ecología intestinal.

Vías de comunicación

Las principales rutas por las cuales intestino y cerebro se comunican incluyen:

  • Señalización neural (vía nerviosa): El sistema nervioso entérico del tracto gastrointestinal se conecta con el cerebro principalmente a través del nervio vago y vías neurales espinales. Esta “línea directa” permite que cambios en el intestino (por ejemplo, distensión, inflamación o presencia de ciertos metabolitos) generen señales eléctricas que alcanzan núcleos del tallo cerebral y otras regiones, influyendo en el estado emocional y cognitivo. A la vez, el cerebro puede modular la motilidad intestinal, secreciones y permeabilidad a través de vías eferentes autonómicas (Bendriss et al., 2023).
  • Señalización endocrina y metabólica (vía humoral): La microbiota intestinal fermenta componentes de la dieta y produce metabolitos (como los ácidos grasos de cadena corta, p. ej., butirato, propionato y acetato) que ingresan a la circulación sistémica y pueden atravesar la barrera hematoencefálica o actuar en el nervio vago, modulando la función cerebral (Bendriss et al., 2023). Además, ciertas bacterias intestinales sintetizan neurotransmisores o sus precursores; por ejemplo, especies de Lactobacillus y Bifidobacterium pueden producir serotonina en el intestino (Bendriss et al., 2023), y muchas bacterias (como Clostridium, Streptomyces, Burkholderia, Pseudomonas, Bacillus, etc.) influyen en el metabolismo del triptófano, el aminoácido precursor de la serotonina (Bendriss et al., 2023). Aunque la serotonina producida periféricamente no cruza libremente hacia el cerebro, los cambios en los niveles de triptófano circulante sí pueden afectar la síntesis cerebral de serotonina. Asimismo, la microbiota puede producir otros neuromoduladores (ácido gamma-aminobutírico, dopamina, noradrenalina) o estimular células intestinales para que secreten hormonas (p. ej., péptidos intestinales) que señalizan al cerebro (Bendriss et al., 2023). En resumen, el eje endocrino-metabólico permite que el intestino actúe casi como una glándula neuroendocrina, influyendo en circuitos cerebrales que regulan el estado de ánimo y la conducta.
  • Señalización inmunológica (vía inmune-inflamatoria): El intestino alberga la mayor cantidad de tejido inmunitario del organismo. La composición de la microbiota regula la maduración y reactividad del sistema inmune intestinal y sistémico. Una microbiota saludable promueve tolerancia inmunológica, mientras que una disbiosis (desequilibrio microbiano) puede activar respuestas inflamatorias crónicas de bajo grado. Productos microbianos como LPS de bacterias Gram negativas pueden atravesar (en pequeñas cantidades) la barrera intestinal y activar cascadas inflamatorias sistémicas. Las citocinas proinflamatorias liberadas (IL-6, TNF-α, etc.) pueden influir en el cerebro, ya sea atravesando regiones con barrera hematoencefálica más permeable o modulando la activación de células gliales cerebrales, contribuyendo potencialmente a síntomas neuropsiquiátricos. Asimismo, el eje intestino-cerebro incluye mecanismos inmunitarios bidireccionales: el estrés crónico y las alteraciones cerebrales pueden suprimir funciones inmunes o aumentar la permeabilidad intestinal, favoreciendo disbiosis, mientras que la disbiosis puede exacerbar la liberación de mediadores inflamatorios que impactan en la función cerebral (Bendriss et al., 2023). Un ejemplo de esta interacción es la molécula zonulina, un regulador de la permeabilidad de la barrera intestinal: aunque un estudio no halló diferencias significativas en niveles de zonulina sérica en pacientes con TOC vs. controles (Kılıç et al., 2022), sí se ha sugerido que alteraciones en proteínas de unión estrecha (como claudinas a nivel de la barrera hematoencefálica) podrían asociarse al TOC (Kılıç et al., 2022), indicando que la integridad de las barreras intestinal y cerebral está involucrada en la fisiopatología. En síntesis, una disfunción en la homeostasis inmune intestinal puede repercutir en inflamación neurogénica y disfunción cerebral.

Estas vías de comunicación constituyen un complejo sistema integrador. El funcionamiento del eje intestino-cerebro es tal que factores psicológicos (estrés, ansiedad, estado de ánimo) pueden alterar la motilidad gastrointestinal, la secreción de jugos digestivos y la composición microbiana; a su vez, las señales provenientes del intestino pueden modular la liberación de neurotransmisores centrales, la actividad del eje hipotálamo-hipófisis-suprarrenal (HHS) y la neuroinflamación (Kamble & Dandekar, 2023). Por ejemplo, el estrés psicosocial activo eleva la actividad del eje HHS liberando cortisol, lo que puede cambiar la composición de la microbiota intestinal y la permeabilidad intestinal; inversamente, estudios preclínicos han demostrado que ratones libres de gérmenes exhiben respuestas exageradas de cortisol ante estrés, respuesta que puede normalizarse al colonizar el intestino con bacterias beneficiosas (Bifidobacterium, Lactobacillus, etc.) (Kamble & Dandekar, 2023). Esto ilustra cómo el intestino y el cerebro actúan en conjunto, manteniendo el equilibrio fisiológico. Alteraciones en este eje se han implicado en numerosas condiciones, desde enfermedades gastrointestinales funcionales como el síndrome de intestino irritable (que clásicamente se considera un trastorno del eje intestino-cerebro) hasta trastornos neuropsiquiátricos como la depresión, la ansiedad e incluso enfermedades neurodegenerativas (Doenyas et al., 2025).

En el contexto del trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), un desorden mental caracterizado por obsesiones (pensamientos intrusivos, recurrentes y angustiantes) y compulsiones (conductas repetitivas realizadas para aliviar la ansiedad), ha surgido interés en entender cómo el eje intestino-cerebro puede influir en su aparición, severidad y tratamiento. Tradicionalmente, el TOC se ha vinculado principalmente a alteraciones neurobiológicas en circuitos cortico-estriado-talámicos y a desequilibrios de neurotransmisores (especialmente serotonina, glutamato y dopamina) (Bendriss et al., 2023). Sin embargo, hallazgos recientes sugieren que factores sistémicos como la microbiota intestinal y la inflamación podrían contribuir al desarrollo o modulación de los síntomas obsesivo-compulsivos (Marazziti et al., 2021). A continuación, exploramos la evidencia científica que vincula el intestino con el TOC, incluyendo estudios en humanos y modelos preclínicos, así como las implicaciones para el tratamiento.

Evidencia de la conexión intestino-cerebro en el TOC

Alteraciones de la microbiota intestinal en pacientes con TOC

Diversos estudios han investigado si los pacientes con TOC presentan una microbiota intestinal distinta a la de individuos sanos, encontrando indicios de disbiosis asociada al trastorno. Aunque la investigación en este campo es aún incipiente, los resultados iniciales apuntan a diferencias en la diversidad y composición microbiana:

  • Disminución de la diversidad microbiana: Se ha observado que pacientes con TOC pueden tener una diversidad de microorganismos intestinales reducida en comparación con controles sanos (Bendriss et al., 2023) (Quagliariello et al., 2018). En un estudio pionero, Domènech et al. (2022) analizaron muestras fecales de 32 pacientes con TOC y 32 controles, hallando una tendencia a menor diversidad alfa (riqueza de especies) en los casos de TOC (Domènech et al., 2022) (Domènech et al., 2022). De manera consistente, Turna et al. (2020) reportaron en un estudio piloto que los pacientes con TOC mostraban una reducción en la riqueza y uniformidad de especies intestinales en comparación con sujetos sin TOC (Turna et al., 2020) (Quagliariello et al., 2018). Esta menor diversidad, también descrita en trastornos relacionados como PANDAS (TOC pediátrico post-infeccioso) (Quagliariello et al., 2018), sugiere un desequilibrio donde ciertas bacterias beneficiosas pueden estar disminuidas.

  • Cambios específicos en grupos bacterianos: Además de la diversidad global, se han identificado cambios en la abundancia de bacterias particulares asociadas al TOC. Domènech et al. (2022) encontraron en muestras fecales de pacientes un aumento de bacterias de la familia Rikenellaceae (especialmente del género Alistipes) y una disminución de la familia Prevotellaceae y del género Coprococcus, en comparación con los controles (Domènech et al., 2022) (Domènech et al., 2022). Alistipes (de la familia Rikenellaceae) se ha asociado con procesos inflamatorios intestinales, mientras que Coprococcus (de la familia Lachnospiraceae) es un género productor de butirato, un ácido graso de cadena corta con efectos antiinflamatorios y promotores de la salud de la barrera intestinal. La reducción de Coprococcus y otros productores de butirato podría implicar menor producción de metabolitos neuroprotectores como el butirato en el intestino de pacientes con TOC (Bendriss et al., 2023) (Bendriss et al., 2023). De hecho, Turna et al. (2020) informaron específicamente una menor abundancia de tres géneros productores de butiratoOscillospira, Odoribacter y Anaerostipes– en individuos con TOC (Turna et al., 2020). Estos hallazgos apuntan a que en el TOC puede haber una composición microbiana menos propicia para la producción de moléculas beneficiosas (p. ej., butirato) que mantienen la integridad intestinal y modulan la inflamación.

  • Ausencia de ciertos desequilibrios globales: Interesantemente, el estudio de Domènech et al. no encontró diferencias significativas en la razón Bacteroidetes:Firmicutes (un índice global de composición bacteriana) entre pacientes y controles (Domènech et al., 2022), lo que sugiere que los cambios podrían ser más sutiles o a nivel de géneros/familias específicos más que en grandes filos bacterianos. Sin embargo, en la microbiota de la orofaringe (garganta) de los pacientes con TOC, estos autores sí observaron un descenso en la proporción Fusobacteria:Actinobacteria respecto a controles (Domènech et al., 2022), un hallazgo cuya relevancia clínica aún no está clara pero que podría relacionarse con alteraciones en la flora de la cavidad oral y vías altas (potencialmente relevante dada la conexión inmunológica entre mucosa oral e intestinal).

En conjunto, aunque los estudios hasta la fecha son limitados y con tamaños muestrales pequeños, tienden a converger en la existencia de una disbiosis intestinal asociada al TOC (Bendriss et al., 2023). Se han reportado aumentos en bacterias potencialmente proinflamatorias y reducciones en bacterias beneficiosas productoras de metabolitos neuroactivos. No obstante, los investigadores enfatizan que aún no puede establecerse una relación causal definitiva; es decir, no sabemos si estas alteraciones microbiotas contribuyen al desarrollo del TOC o si, por el contrario, son consecuencia indirecta del trastorno (por ejemplo, debido a hábitos alimentarios, estrés crónico u otros factores en pacientes con TOC) (Bendriss et al., 2023). Muchos factores pueden influir en la microbiota (dieta, uso de antibióticos o probióticos, niveles de actividad física, comorbilidades), por lo que futuros estudios deben controlar estas variables para aislar el efecto específico del TOC. De hecho, en el estudio de Domènech et al., no se encontraron diferencias dietarias significativas entre el grupo TOC y los controles, dado que se aplicó un cuestionario alimentario exhaustivo, lo que sugiere que los cambios observados en la microbiota no se debían simplemente a distinta alimentación (Domènech et al., 2022).

Un aporte reciente de gran interés proviene de un estudio genético en gran escala que aplicó análisis de randomización mendeliana para explorar causalidad entre microbiota e indicadores de TOC. En este estudio (He et al., 2025), se utilizaron datos de estudios de asociación genómica (GWAS) tanto de rasgos microbianos como de síntomas de TOC, para inferir relaciones causales. Los resultados sugirieron que la presencia de ciertos microorganismos intestinales podría influir directamente en el riesgo de desarrollar TOC (He et al., 2025). Específicamente, a nivel de filos bacterianos se encontró que una mayor abundancia de Proteobacteria en el intestino actuaría como factor protector, reduciendo la probabilidad de TOC, mientras que a nivel de órdenes bacterianos una mayor abundancia de Bacillales se asociaría a mayor riesgo de TOC (He et al., 2025). También se identificaron otras familias y géneros con posibles efectos: por ejemplo, la familia Ruminococcaceae apareció como protectora, y dentro del género, Bilophila (un productor de sulfuro de hidrógeno) se asoció con menor riesgo, mientras que grupos como Eubacterium ruminantium y ciertas Lachnospiraceae (UCG001) mostraron asociación con mayor riesgo de TOC (He et al., 2025). Importantly, al invertir el análisis (para ver si el TOC influía causalmente sobre la microbiota), no se encontró evidencia de que tener TOC altere la composición microbiana (He et al., 2025). Estos hallazgos –aunque todavía preliminares– respaldan la idea de una influencia del ecosistema microbiano intestinal en la predisposición al TOC, más que una mera consecuencia de la enfermedad.

“Nuestro análisis sugiere que microbios intestinales específicos podrían tener una relación causal con el TOC, revelando potenciales estrategias de intervención para la prevención y tratamiento.”

Síntomas gastrointestinales y comorbilidades en TOC

Otra arista de la conexión intestino-cerebro en el TOC es la observación clínica de que muchos pacientes con TOC presentan síntomas gastrointestinales funcionales. En particular, se ha documentado una alta comorbilidad entre el TOC y el síndrome de intestino irritable (SII) u otros trastornos digestivos funcionales. El SII es un trastorno caracterizado por dolor abdominal crónico y hábitos intestinales alterados (diarrea y/o estreñimiento) sin una causa orgánica identificable, y se sabe que involucra una interacción compleja de factores del eje intestino-cerebro (hiperreactividad del eje HHS, alteraciones de microbiota, hipersensibilidad visceral, etc.).

Un estudio temprano realizado en una clínica ambulatoria psiquiátrica encontró que alrededor del 35% de los pacientes con TOC cumplían criterios para SII, en contraste con solo ~2.5% en un grupo control de pacientes médicos sin TOC, emparejados por edad y sexo (Masand et al., 2006) (Masand et al., 2006). Esta diferencia fue estadísticamente significativa (p=0.0002), indicando que la prevalencia de SII es marcadamente mayor en el TOC que en la población general. En la mayoría de estos pacientes, el patrón de SII era mixto (alternancia de diarrea y estreñimiento) más que exclusivamente diarrea o exclusivamente estreñimiento (Masand et al., 2006). Los autores concluyeron:

“El SII y la enfermedad psiquiátrica tienen una alta comorbilidad bidireccional… los clínicos deberían indagar sobre síntomas intestinales al evaluar pacientes con enfermedades psiquiátricas, incluyendo TOC.”

Asimismo, destacaron que ciertos tratamientos para TOC, como los ISRS, pueden empeorar síntomas gastrointestinales (puesto que la serotonina intestinal regula la motilidad, y su aumento por ISRS puede inducir diarrea), lo cual subraya la necesidad de un abordaje integral.

Estudios más recientes han corroborado esta asociación. Por ejemplo, Turna et al. (2019) reportaron también una alta prevalencia de SII en pacientes con TOC, acompañada de mayor severidad de síntomas gastrointestinales en general (Turna et al., 2019). Inversamente, pacientes con trastornos gastrointestinales crónicos suelen exhibir mayores tasas de síntomas ansiosos y obsesivo-compulsivos que la población general (Abdelnaim et al., 2025) (Davarinejad et al., 2022), lo que sugiere una relación bidireccional: el malestar gastrointestinal puede agravar la ansiedad/obsesividad, y el estrés crónico propio del TOC podría contribuir a disfunciones intestinales. Esta relación bidireccional es consistente con la idea de un eje intestino-cerebro disfuncional en el TOC, donde la hiperactividad del estrés y ansiedad (rasgos prominentes en TOC) podrían alterar la motilidad y microbiota intestinal, predisponiendo a SII; a su vez, el malestar digestivo constante puede retroalimentar la ansiedad y las preocupaciones de salud, formando un círculo vicioso.

Más allá del SII, se ha observado en pacientes con TOC un mayor reporte de síntomas gastrointestinales inespecíficos (como distensión, náuseas, dispepsia) y diagnósticos como reflujo gastroesofágico o gastritis funcional, comparado con controles (Turna et al., 2019) (Turna et al., 2019). Además, condiciones inflamatorias intestinales como la enfermedad de Crohn o colitis ulcerosa podrían tener cierta asociación (aunque menos estudiada) con síntomas obsesivo-compulsivos; por ejemplo, un estudio de pacientes con enfermedad inflamatoria intestinal sometidos a trasplante fecal observó que, incidentalmente, disminuían las puntuaciones de obsesión/compulsión tras la intervención (Bendriss et al., 2023) (Bendriss et al., 2023), lo que sugiere que la modulación de la inflamación y microbiota en intestinos muy afectados podría repercutir favorablemente en síntomas psicológicos.

En síntesis, la evidencia clínica apunta a que el TOC no se limita al cerebro, sino que involucra al “segundo cerebro” (el intestino): los pacientes a menudo sufren trastornos gastrointestinales concurrentes, lo que refuerza la noción de una relación fisiopatológica entre ambos sistemas. Este panorama clínico proporciona terreno fértil para pensar intervenciones integrales: por ejemplo, el manejo de síntomas digestivos podría ser parte del tratamiento del TOC para mejorar el bienestar global, y viceversa, terapias que reduzcan la ansiedad del TOC podrían aliviar trastornos funcionales digestivos.

Evidencia preclínica: modelos animales y causalidad microbiota-TOC

Para dilucidar si la microbiota intestinal puede contribuir causalmente a las conductas obsesivo-compulsivas, los investigadores han recurrido a modelos animales y experimentos controlados. Estos estudios preclínicos brindan un grado de control experimental imposible en humanos, permitiendo manipular la microbiota o el intestino y observar efectos en comportamientos tipo TOC. Varias líneas de evidencia destacan:

  • Transferencia de microbiota de pacientes con TOC a animales: Un hallazgo notable proviene de un estudio reciente publicado en Molecular Psychiatry (Zhang et al., 2024), en el cual se trasplantó la microbiota fecal de pacientes humanos con TOC (que nunca habían recibido medicación) a ratones libres de gérmenes. Sorprendentemente, los ratones que recibieron microbiota de pacientes desarrollaron conductas análogas al TOC, incluyendo un aumento significativo en conductas repetitivas de acicalamiento excesivo y ansiedad exploratoria, en comparación con ratones que recibieron microbiota de donantes sanos (Eghdami et al., 2025). Además, estos animales mostraron signos de neuroinflamación en el cerebro, lo que sugiere que componentes microbianos o respuestas inmunes desencadenadas en el intestino lograron influir en el sistema nervioso central (Eghdami et al., 2025). Este efecto proporciona evidencia directa de que las bacterias intestinales (o sus metabolitos) de individuos con TOC pueden inducir fenotipos obsesivo-compulsivos, apoyando una relación causal. De manera interesante, en el mismo experimento se probó administrar ciertos suplementos para revertir los efectos: la adición de ácidos grasos de cadena corta (por ejemplo, ácido succínico) y de cepas probióticas capaces de fortalecer la barrera intestinal logró atenuar parcialmente las conductas tipo TOC y la inflamación cerebral en los ratones colonizados con microbiota de pacientes (Eghdami et al., 2025) (Eghdami et al., 2025). Esto sugiere que una disbiosis intestinal podría contribuir al TOC a través de metabolitos específicos (en este caso, el exceso de ácido succínico producido por la microbiota de pacientes, según el estudio) y que corregir la disbiosis o sus deficiencias metabólicas puede aliviar los síntomas (Eghdami et al., 2025).

    “La microbiota de pacientes con TOC impulsa síntomas conductuales y neuroinflamación vía ácido succínico en ratones.”

  • Modelos animales de TOC modulados por intervenciones en la microbiota: Existen modelos murinos de comportamientos compulsivos (a menudo denominados “OCD-like” por su semejanza con compulsiones humanas) que han permitido probar cómo alterar la microbiota o administrar probióticos afecta dichos comportamientos. Un modelo común implica administrar quinpirol, un agonista dopaminérgico, a ratas durante varias semanas para inducir comportamientos repetitivos análogos a compulsiones (como enterrar canicas repetitivamente, acicalamiento excesivo y evitación de espacios abiertos, reflejando ansiedad) (Ghuge et al., 2023). En 2023, Ghuge et al. demostraron que al tratar estas ratas con una formulación multicepa de probióticos durante 8 semanas, las conductas tipo TOC inducidas por quinpirol desaparecieron por completo (Ghuge et al., 2023). Es decir, los animales tratados con probióticos dejaron de exhibir enterramiento repetitivo de canicas, normalizaron su patrón de aseo y exploración, reduciendo significativamente la conducta compulsiva y la ansiedad comparados con ratas no tratadas (Ghuge et al., 2023). No solo eso, sino que el probiótico previno o revirtió varias anomalías neuroquímicas e inflamatorias inducidas por quinpirol: se impidió la elevación anormal de citocinas proinflamatorias (IL-6, TNF-α) y proteína C reactiva en la amígdala cerebral, y se normalizaron los niveles de neurotransmisores como serotonina, dopamina y noradrenalina en la corteza frontal (Ghuge et al., 2023) (Ghuge et al., 2023). También se evitaron alteraciones en la morfología intestinal (cambios en células caliciformes y en la proporción cripta:vellosidad) que se habían observado con quinpirol (Ghuge et al., 2023). En otro modelo preclínico, se ha utilizado la droga RU-24969 (un agonista serotoninérgico) para inducir compulsiones de tipo repetitivo; igualmente, la administración de Lactobacillus rhamnosus (cepa ATCC 53103) mostró efectos beneficiosos reduciendo las conductas compulsivas en ratones (Ghuge et al., 2023) (Ghuge et al., 2023). En conjunto, múltiples estudios en roedores apuntan a que la modulación positiva del eje intestino-cerebro (sea mediante probióticos multicepa, cepas individuales o sinbióticos) puede atenuar comportamientos obsesivo-compulsivos inducidos experimentalmente, fortaleciendo la noción de un rol contributivo de la microbiota en estos comportamientos.

  • Otras evidencias preclínicas: Modelos animales de otros trastornos con solapamiento obsesivo (como el autismo con conductas repetitivas) también respaldan la influencia intestinal. Por ejemplo, en modelos murinos de trastorno del espectro autista con conductas repetitivas, se ha visto que la administración de ciertas bacterias beneficiosas (Blautia stercoris MRx0006, Bacteroides fragilis, entre otros) reduce las conductas repetitivas y mejora funciones sociales, posiblemente al incrementar la producción de neuromoduladores como la oxitocina o modulando el metabolismo de ácidos grasos (Bendriss et al., 2023) (Bendriss et al., 2023). Del mismo modo, el trasplante de microbiota fecal de donantes sanos en modelos de autismo ha llevado a reducciones en comportamientos repetitivos y mejoras a largo plazo en síntomas neuroconductuales, con incrementos concomitantes en bacterias beneficiosas (p. ej. Bifidobacterium y Prevotella) y metabolitos favorables (Kang et al., 2017) (Kang et al., 2017). Si bien estos estudios se centran en autismo, son relevantes para el TOC dado que comparten fenómenos de conductas repetitivas y posibles mecanismos comunes de disbiosis e inflamación. De hecho, algunos hallazgos mecanísticos de estos estudios –como cambios en vías serotoninérgicas y glutamatérgicas tras modificar la microbiota (Bendriss et al., 2023)– podrían también ser aplicables al TOC, que implica desequilibrios en serotonina y glutamato en los circuitos cortico-estriatales (Bendriss et al., 2023).

En resumen, la investigación preclínica brinda pruebas sólidas de principio de que la microbiota intestinal puede influir en conductas obsesivo-compulsivas: al trasplantar microbiota de pacientes a animales se transfieren en cierta medida los fenotipos de TOC, y al corregir experimentalmente la disbiosis (con probióticos, sinbióticos o FMT) se logran mejoras conductuales e incluso neuroquímicas. Estos resultados no solo refuerzan la plausibilidad biológica de la conexión intestino-cerebro en TOC, sino que también abren la puerta a nuevas estrategias terapéuticas, como veremos a continuación. No obstante, es importante señalar que los modelos animales, por muy ilustrativos que sean, tienen limitaciones: las conductas “tipo TOC” en roedores (p. ej., enterrar canicas, auto-aseo excesivo) son análogas pero no idénticas a las compulsiones humanas, y la fisiología de la microbiota en animales de laboratorio difiere de la humana. Por lo tanto, aunque los hallazgos preclínicos son prometedores, se requieren estudios clínicos en humanos para traducir estas evidencias en tratamientos efectivos.

Implicaciones terapéuticas y perspectivas futuras

El reconocimiento de la influencia del eje intestino-cerebro en el TOC sugiere que dirigirse al sistema digestivo y la microbiota intestinal podría complementar las terapias tradicionales centradas en el cerebro (como la terapia cognitivo-conductual y los fármacos ISRS). Esta aproximación integrada incluye intervenciones como probióticos, prebióticos, trasplante de microbiota fecal, dieta y otros enfoques diseñados para restaurar un equilibrio saludable en el ecosistema intestinal (a veces denominados en conjunto “psicobióticos” cuando su objetivo es mejorar la salud mental (Marazziti et al., 2021)). A continuación, se resumen las principales implicaciones y hallazgos terapéuticos emergentes:

Probióticos y sinbióticos

Diversos ensayos preliminares y estudios abiertos sugieren que la administración de cepas bacterianas beneficiosas podría aliviar síntomas del TOC. En modelos animales ya vimos resultados contundentes con formulaciones probióticas multicepa. En humanos, si bien la evidencia aún es limitada, algunos estudios reportaron mejoría sintomática con ciertas cepas. Una revisión de 2023 destaca que la administración de Lactobacillus rhamnosus (ATCC 53103), Lactobacillus helveticus R0052, Bifidobacterium longum R0175, Saccharomyces boulardii (una levadura probiótica) y Lactobacillus casei Shirota ha mostrado efectos positivos en el manejo de síntomas obsesivo-compulsivos (Kamble & Dandekar, 2023). Estas cepas/probióticos se han estudiado principalmente en el contexto de ansiedad y depresión, pero algunos ensayos pequeños en pacientes con TOC o informes de caso sugieren reducción de la severidad de obsesiones y compulsiones tras semanas de consumo diario.

Por ejemplo, L. casei Shirota (en leche fermentada) mostró eficacia en reducir conductas tipo TOC en un modelo murino, y hay reportes de casos humanos con TOC leve que indican mejoras en ansiedad y rumiación tras suplementación probiótica. Igualmente, S. boulardii –conocido por sus beneficios en trastornos gastrointestinales– fue utilizado en un caso de un niño con trastorno del espectro autista y TOC comórbido, lográndose una reducción significativa de sus rituales y comportamientos auto-lesivos luego de unos meses de tratamiento (Bendriss et al., 2023). Si bien los datos clínicos formales aún son escasos, la ausencia de efectos adversos serios y el potencial beneficio observado hacen de los probióticos una estrategia atractiva y de bajo riesgo.

Actualmente están en marcha ensayos clínicos controlados para evaluar la eficacia de probióticos en TOC adulto (por ejemplo, un RCT que evalúa una combinación de Lactobacillus y Bifidobacterium vs. placebo en pacientes con TOC junto con su terapia habitual) (ClinicalTrials.gov, 2015) (Eghdami et al., 2025). En paralelo, también se investiga el uso de prebióticos (fibras no digestibles que fomentan el crecimiento de bacterias beneficiosas) y sinbióticos (combinación de probiótico + prebiótico). Un ensayo en niños con trastorno por déficit de atención/hiperactividad (que comparten impulsividad y comportamientos repetitivos) mostró que un sinbiótico comercial redujo conductas repetitivas y mejoró síntomas generales (Bendriss et al., 2023), lo que sugiere que en TOC podrían obtenerse resultados similares. No obstante, quedan por determinar qué cepas, dosis y duración de tratamiento son óptimas para impactar significativamente los síntomas del TOC, así como dilucidar los mecanismos precisos (por ejemplo, aumento de producción de serotonina intestinal, reducción de inflamación, modulación del eje HHS, etc.).

Dieta y metabolitos

Dado que la dieta es un determinante mayor de la composición de la microbiota, surge la cuestión de si ajustes dietéticos podrían ayudar a manejar el TOC. Por ahora, no hay una “dieta para el TOC” establecida, pero algunos expertos sugieren que una alimentación rica en fibra prebiótica (frutas, vegetales, granos integrales), ácidos grasos omega-3 y alimentos fermentados podría fomentar una microbiota más equilibrada y reducir la inflamación sistémica, potencialmente beneficiando el estado mental. Una ingesta adecuada de fibra promueve la producción de ácidos grasos de cadena corta como el butirato, que refuerza la barrera intestinal y tiene efectos antiinflamatorios y moduladores del estrés (Bendriss et al., 2023). En cambio, una dieta occidental alta en azúcares y grasas saturadas puede propiciar disbiosis proinflamatoria.

Aunque falta evidencia directa en TOC, extrapolando de trastornos de ansiedad y depresión, se recomienda un patrón dietético saludable como coadyuvante. Por otra parte, se investiga el uso terapéutico de metabolitos específicos: el estudio de Zhang et al. (2024) identificó al ácido succínico (producido en exceso por la microbiota de pacientes con TOC) como desencadenante de comportamientos anómalos en ratones (Zhang et al., 2024). Esto apunta a que en el futuro podría considerarse la modulación dietética o farmacológica de ciertos metabolitos microbianos (p. ej., inhibir la producción de succinato o suplementar butirato) como estrategia para mitigar síntomas. Sin embargo, estas intervenciones están en fase muy experimental.

Trasplante de microbiota fecal (TMF)

El TMF, que consiste en transferir contenido fecal de un donante sano al intestino de un paciente (generalmente vía colonoscopía o cápsulas), ha emergido como tratamiento exitoso para infecciones intestinales refractarias (Clostridioides difficile) y se está explorando en condiciones como enfermedad inflamatoria intestinal, síndrome metabólico y depresión. En TOC específicamente, hasta la fecha no se ha publicado ningún ensayo clínico de TMF; no obstante, hay razones para considerarlo. Como se mencionó, un estudio en pacientes con enfermedad inflamatoria intestinal reportó mejoras inesperadas en puntuaciones de obsesión/compulsión tras TMF (Bendriss et al., 2023).

Asimismo, los notables resultados de TMF en niños con autismo (mejoras mantenidas en síntomas GI y conductuales durante 2 años) demuestran la capacidad del TMF para reconfigurar duraderamente el eje intestino-cerebro (Kang et al., 2017) (Kang et al., 2017). Investigaciones preclínicas también sugieren que el TMF podría tener un impacto incluso mayor que los probióticos en restablecer un perfil microbiano sano y producir metabolitos beneficiosos (Bendriss et al., 2023). Por ejemplo, en un modelo de autismo en ratas, el TMF de donantes sanos aumentó más potentemente ciertos neuroquímicos cerebrales (neurotransmisores y péptido sustancia P) comparado con probióticos, lo que sugiere un alcance más amplio de restauración fisiológica (Bendriss et al., 2023).

Dado que el TMF repuebla todo el ecosistema microbiano, podría hipotéticamente corregir simultáneamente múltiples déficits (p. ej., restaurar productores de butirato, reducir bacterias proinflamatorias). Actualmente, se están planificando estudios iniciales de TMF en TOC: por ejemplo, un protocolo propuesto implica administrar TMF a un grupo de pacientes con TOC resistente al tratamiento, monitoreando cambios en síntomas y en la composición microbiana post-trasplante (Eghdami et al., 2025) (ClinicalTrials.gov, 2015). No obstante, el TMF conlleva consideraciones de seguridad y practicidad: requiere selección estricta de donantes para evitar transmisión de patógenos, y los efectos a largo plazo son aún impredecibles. Aún así, su potencial para “reiniciar” el eje intestino-cerebro lo convierte en un enfoque intrigante para casos severos o refractarios de TOC en el futuro.

Estrés, inflamación y tratamientos integrales

Dado que en el TOC se ha observado con frecuencia una hiperactivación del eje del estrés (muchos pacientes presentan niveles elevados de cortisol proporcional al grado de ansiedad obsesiva) (George et al., 2025), y algunos presentan marcadores inflamatorios elevados (ciertos estudios encuentran niveles más altos de IL-2, TNF-α o proteína C reactiva en subgrupos de pacientes con TOC, sugiriendo un estado proinflamatorio leve), las intervenciones que reducen el estrés y la inflamación podrían tener doble beneficio.

Por un lado, técnicas psicoterapéuticas o cuerpo-mente (p. ej. meditación, ejercicio aeróbico regular, mindfulness) pueden bajar los niveles de cortisol y modular favorablemente la microbiota (el ejercicio moderado se ha asociado a mayor diversidad microbiana). Por otro lado, estrategias antiinflamatorias dirigidas al intestino (dieta antiinflamatoria, probióticos con propiedades inmunomoduladoras como Bifidobacterium infantis 35624, uso prudente de antiinflamatorios no esteroideos para molestias GI) podrían contribuir a romper el círculo vicioso de inflamación y síntomas obsesivos. Incluso se está explorando el uso de fármacos antiinflamatorios o inmunomoduladores como coadyuvantes en TOC, apoyados en la idea de “inmunopsiquiatría” (la perspectiva de que procesos inflamatorios contribuyen a trastornos mentales) (Kılıç et al., 2022). Un ejemplo es la N-acetilcisteína, un antioxidante y modulador glutamatérgico con efectos antiinflamatorios, que ha mostrado eficacia en reducir síntomas en trastornos relacionados con el TOC como tricotilomanía y podría también beneficiar en TOC resistente (Bendriss et al., 2023). Estas intervenciones, si bien no actúan directamente vía microbiota, inciden sobre componentes interrelacionados del eje intestino-cerebro (inmunidad, estrés, antioxidantes) y por tanto forman parte de un abordaje holístico.

Hacia una medicina personalizada

La variabilidad interpersonal de la microbiota es altísima; cada individuo tiene un “perfil” microbiano único influido por genética, entorno y estilo de vida. Por ello, los investigadores plantean que en el futuro podría lograrse un enfoque personalizado del tratamiento del TOC basado en el eje intestino-cerebro (Bendriss et al., 2023) (Bendriss et al., 2023). Por ejemplo, identificar si un paciente con TOC tiene disbiosis marcada (mediante secuenciación fecal) y qué rasgos específicos presenta (déficit de ciertos metabolitos, sobreabundancia de bacterias proinflamatorias, etc.) permitiría diseñar intervenciones a medida: tal vez algunos pacientes respondan mejor a un probiótico específico, otros requieran dieta alta en fibra o incluso TMF. En este sentido, el concepto de “psicobióticos” se refiere a organismos vivos o combinaciones de cepas que, administrados en cantidades adecuadas, confieren un beneficio a la salud mental (Marazziti et al., 2021). La investigación futura buscará desarrollar psicobióticos dirigidos específicamente a mejorar síntomas obsesivo-compulsivos –por ejemplo, cepas que aumenten la producción de serotonina o que reduzcan la liberación de citoquinas inflamatorias involucradas en ansiedad. También la inteligencia artificial y la metagenómica podrían jugar un rol, analizando grandes conjuntos de datos microbiológicos para predecir qué desequilibrios microbiotas están asociados con qué manifestaciones clínicas de TOC, permitiendo así diagnósticos más precisos y tratamientos preventivos (como suplementar probióticos en poblaciones de riesgo genético antes de la aparición del trastorno).

Conclusiones

La inclusión del eje intestino-cerebro en el paradigma explicativo del TOC representa un cambio hacia una visión más integradora de este trastorno complejo. Si bien el TOC ha sido históricamente comprendido como una condición neuropsiquiátrica circunscrita al cerebro, la evidencia revisada muestra que existen conexiones palpables entre la salud intestinal y las obsesiones/compulsiones: desde la presencia de disbiosis intestinal en pacientes con TOC, pasando por la alta tasa de comorbilidad con problemas gastrointestinales, hasta la transferencia experimental de microbiotas alteradas que inducen comportamientos anómalos en animales. Estos hallazgos no implican que la microbiota sea la causa primaria en todos los casos de TOC, pero sí sugieren que actúa como un factor modulador importante dentro de un modelo biopsicosocial.

En términos prácticos, se abre un panorama esperanzador donde intervenciones sobre el intestino podrían sumarse al arsenal terapéutico. Ya existen indicios de que probióticos, cambios dietéticos o eventualmente trasplantes fecales pueden contribuir a reducir la severidad del TOC o a mejorar la respuesta a tratamientos convencionales, aunque todavía es pronto para establecer recomendaciones clínicas firmes. La investigación en curso en esta apasionante intersección entre psiquiatría y microbiología probablemente arrojará más luz en los próximos años. De continuar las tendencias actuales, es posible que en un futuro próximo el especialista en salud mental colabore estrechamente con gastroenterólogos, nutricionistas y microbiólogos para abordar el TOC de manera integral, tratando tanto la mente como el intestino. En definitiva, comprender y aprovechar el eje intestino-cerebro podría traducirse en mejor pronóstico y calidad de vida para quienes padecen este trastorno, a la vez que profundiza nuestra comprensión de la intrincada relación entre el cuerpo y la mente.

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